La otra tarde, en un café, observaba un grupo de jóvenes sentados en la mesa del frente. Mientras dos de ellos conversaban, los otros estaban enfrascados en afanosas conversaciones a través de sus teléfonos. No dialogando sino enviando y recibiendo mensajes de texto.
No acaba de sorprenderme la facilidad con la que muchas personas pueden interactuar, abrirse, extrovertirse a través de la red y al mismo tiempo ser incapaces de relacionarse cara a cara.
Toda esta tecnología nos ha abierto una infinidad de psoibilidades de exploración e interacción que hasta hace unos pocos años era impensables. Y hemos embarcado en esa realidad virtual a las nuevas generaciones sin ocuparnos de enseñarles la enorme riqueza, la felicidad que reporta el sentir al otro con su presencia y el recibir o dar un abrazo.
Me gustan estas tecnologías y las aporvecho, pero nada remplaza para mi el encanto de mirar a los ojos.