Desde muy chico la vida me puso a aprender sobre el dolor. Mi padre murió cuando apenas era un niño y poco tiempo después mi hermano menor murió en un lamentable accidente. Viví en carne propia lo que es la orfandad, conocí muy de cerca el dolor de una madre que de la noche a la mañana queda viuda y al poco tiempo pierde un hijo.
Puedo hablar de lo doloroso que es no tener un padre. Puedo dar testimonio de lo difícil que es para una mujer en esta sociedad sacar adelante a sus hijos. Puedo hablar del dolor profundo que trae para una madre la pérdida de un hijo y, en mi caso, de un hermano.
Esta tragedia dejó heridas profundas en la familia, heridas que aun no acabamos de sanar. Tengo la fortuna de tener una familia que ha sabido poner por delante la ternura y el amor y, a pesar del dolor y las diferencias, hoy sigue conectada. Paso a paso, hemos ido aclarando, sanando, perdonando, cerrando los pendientes.
Miro esta tragedia nacional y veo miles de viudas y huérfanos. Mujeres a quienes se les arrebató la vida de uno, dos o más hijos, que de la noche a la mañana no solo quedaron viudas sino además, en muchos casos, sin nada material, que vieron morir a sus parejas. Mujeres que vieron morir a sus seres queridos a manos de escopetas y motosierras de todas las marcas: unos secuestrados, otros mutilados, otros cocinados vivos en un horno, otros desaparecidos, otros derrotados por las adicciones a todo tipo de sustancias, otros acribillados a mansalva, la lista es infinita. Cambian los métodos y los colores de los uniformes pero el resultado es el mismo.
Podré hacer mi mejor esfuerzo para comprender tanto dolor pero sólo quien ha sido mamá puede dar cuenta del dolor, la rabia, la frustración, la ira, la impotencia, la inmensa tristeza que estos actos siembran en los corazones. La madre, la mujer tiene una conexión más profunda y por ello mismo puede expresar mejor todo lo que estos eventos traen.
Y estamos ahora enfrascados en negociaciones políticas sobre la paz. Quiénes se sientan a hablar de paz? Hombres. Han sido los hombres los creadores de esta barbarie y ahora son ellos los que se sientan a decidir cuál paz es la mejor. Negocian curules, años de cárcel, pagos a víctimas, programas de desarrollo, etcétera.
Pero, y quién habla del dolor? quién lleva la vocería del dolor profundo por la pérdida de sus seres queridos? quién se ocupa de poner en la mesa la pregunta de cómo es que vamos a sanar todas estas heridas? No los pesos que se van a destinar a eso o lo otro, no, las acciones que como sociedad que se hace responsable de su dolor y sus miserias y se dedica a reparar y sanar.
Yo creo que ese rol le corresponde a las Mujeres. Los hombres han llevado esto a la tragedia que tenemos, quizá es tiempo de que caminemos desde otra perspectiva, la de lo femenino. Esa energía que integra y conecta, que pone la ternura por delante, la que nos puede llevar a conectar con la profundidad de nuestro dolor y nuestras heridas.
Mujeres: las une el dolor. Desde allí, paradas en su hermosa y poderosa feminidad, tienen la sabiduría y la fuerza para llevar esto a puertos diferentes. ¿Cuándo veremos un encuentro masivo de mujeres llorando y orando por la paz, en el que el color de los gatillos y las marcas de las botas no importe?
Cuando eso suceda quiero estar ahí para crear a su alrededor un círculo de contención, para aprender, para sanar, para sembrar paz.
Mujeres de estas tierras: ¿en dónde están?